Respuesta al artículo de opinión de Cristina Narbona titulado Energía nuclear: ni verde ni barata ni segura publicado por El País el 8 de enero de 2022.
La Comisión Europea ha presentado una propuesta sobre la clasificación de la energía nuclear y del gas natural como energías verdes e imprescindibles para descarbonizar la economía. El Gobierno español ha manifestado su disconformidad, en coherencia con nuestro Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), con el beneplácito de Narbona y dando la espalda a la ciencia en el caso de la energía nuclear, haciendo caso omiso al JRC (Joint Research Center), servicio científico y técnico de la Comisión Europea y su informe de evaluación técnica de la energía nuclear con respecto al criterio de “no causar daño significativo”. Sí que tiene un claro fundamento científico, no obstante, en el rechazo a la inclusión del gas natural como energía verde, por sus elevadas emisiones de dióxido de carbono y metano, causadas por fugas durante todo el ciclo.
Evidentemente, como dice Narbona, cada país parte de situaciones muy diferentes. Sin embargo, no olvidemos que el objetivo de la transición energética no es transitar hacia energías renovables como algunos nos intentan hacer creer, sino hacia energías que nos ayuden a cumplir nuestros compromisos de reducción de emisiones de dióxido de carbono sin causar un daño significativo a las personas y al medio ambiente, al mismo tiempo que garantizamos el suministro eléctrico y el aumento de demanda derivado de la electrificación de todos los sectores de nuestra economía. Las energías renovables con más potencial en España son variables, eólica y solar, y por lo tanto necesitan un respaldo que el PNIEC propone en forma de megabaterías capaces de sustituir a centrales nucleares o centrales hidroeléctricas de bombeo. Las primeras no existen, no sabemos cuándo las tendremos y cuánto costarán, y las segundas requerían una cantidad de agua de la que no disponemos.
Es cierto que Francia tiene una gran apuesta histórica por la energía nuclear, lo que le permite tener uno de los mixes eléctricos más descarbonizados del mundo y precios más baratos para los consumidores que en España. Alemania, por su parte, está sustituyendo sus centrales nucleares por renovables variables y gas natural, incumpliendo sus propios objetivos de reducción de emisiones. Cada país defiende sus intereses económicos, pero la apuesta de Francia tiene el respaldo de la ciencia. Además, Narbona omite que Francia también está apoyada por Bulgaria, Croacia, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Finlandia, Hungría, Polonia y Rumanía, con la reciente incorporación de Holanda, que se propone construir nuevos reactores, y Suecia.
La propuesta de la Comisión Europea, basándose en el informe del JRC, dice que «la energía nuclear contribuye todavía más a la mitigación del cambio climático a través de la sinergia con las energías renovables», además «al utilizarse como tecnología de carga base, proporciona un funcionamiento flexible para complementar a las energías renovables variables. Por lo tanto, la energía eólica y solar se despliegan de manera más eficiente». En conclusión, la energía nuclear «evita el uso de tecnologías de generación de altas emisiones de carbono que a menudo se utilizan como respaldo (gas natural)».
Pero quizás lo más sorprendente es que Narbona utilice como argumento de base de su razonamiento que la energía nuclear «fue concebida para la destrucción». Entiendo que según ella, los relojes de pulsera, las gafas de sol, la comida enlatada, el todoterreno, el GPS y el radar deberían ser eliminados de nuestra sociedad por tener un origen militar.
La energía nuclear es, de todas las energías bajas en emisiones, la que menos minerales necesita extraer para producir la misma cantidad de electricidad, como explica un reciente informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE). Además, según el JRC, «los análisis demuestran que las medidas adecuadas para prevenir impactos radiológicos debidos a la extracción de uranio, operación de las centrales nucleares y tratamiento de los residuos radiactivos, pueden implementarse utilizando la tecnología existente a costes razonables». Nuevamente Narbona parece desconocer, a pesar de haber sido consejera del CSN que según el JRC «existe un amplio consenso científico y técnico sobre que el almacenamiento de residuos radiactivos de alta actividad y larga vida en formaciones geológicas son un medio apropiado y seguro para aislarlos de la biosfera durante escalas de tiempo muy largas». Tampoco parece haber leído Narbona los múltiples informes donde se explicita que el principal objetivo de la gestión de los residuos radiactivos es no trasladar nuestra responsabilidad a las generaciones futuras, de tal forma que un almacén geológico profundo, una vez sellado, no necesita mantenimiento ni supervisión y por lo tanto no tiene gastos de gestión.
Que una tecnología necesite apoyo estatal para comenzar nuevos proyectos tecnológicos, según los argumentos de Narbona, también debería invalidar a las energías renovables, dado que llevamos pagados de primas a las renovables en España, a través de la factura eléctrica, más de 6.000 millones de euros cada año desde hace dos décadas. Según el mismo principio, las renovables deberían rechazar pertenecer a la taxonomía verde porque no necesitan dinero público para implementarse. En un informe de la AIE sobre los costes de generación de cada tecnología, concluye que los costes nucleares son más bajos que la mayoría de las renovables, teniendo en cuenta la necesidad de respaldo de éstas, y que los costes más bajos de todas las energías corresponden a la operación a largo plazo (LTO) de las centrales nucleares existentes. Es cierto que una pequeña parte de los recientes proyectos nucleares, especialmente dos EPR (Flamanville-3 y Olkiluoto-3) han sufrido importantes sobrecostes y retrasos. Se trata de proyectos que se han construido por primera vez y para los que se carecía de la experiencia necesaria. Sin embargo, se están construyendo más de 50 reactores en todo el mundo en los que se ajustan los plazos y presupuestos con mínimas desviaciones. La misma Francia demostró, construyendo toda su flota nuclear en apenas dos décadas, que la experiencia es un factor clave. Es lo que están haciendo actualmente China, Rusia o Corea del Sur, dentro y fuera de sus fronteras.
En cuanto a la seguridad nuclear, resulta muy sorprendente que Cristina Narbona, que fue consejera del CSN desde 2012 hasta 2017 y que votó a favor de la primera revisión del Plan de Acción Nacional Post-Fukushima, ahora ponga en entredicho la seguridad de las centrales nucleares. La exconsejera sabe perfectamente que se analizó a fondo la seguridad de todas las centrales nucleares españolas, con especial énfasis en situaciones no previstas en el diseño inicial, dando un resultado satisfactorio, pero que además se reforzó la seguridad con múltiples equipos flexibles y autónomos. Las energías más limpias también son las más seguras, como concluye un informe de Our World in Data, con tasas de muertes causadas por la energía nuclear, incluyendo los accidentes nucleares, similares a las de las renovables, debido a la mayor siniestralidad laboral de estas últimas.
La generación eléctrica con energías renovables no es una alternativa a la energía nuclear, porque esas «tecnologías para su almacenamiento» que indica Narbona todavía no existen, como ella misma reconoce, y las interconexiones, necesarias para la estabilidad de la red, nos harían más dependientes de la energía nuclear francesa, que tanto parece denostar. La propia AIE en un informe sobre el papel de la energía nuclear en la transición energética dice que «compensar menos energía nuclear con más energías renovables tendría un coste más alto» y que por tanto «sacar a la energía nuclear de la ecuación da como resultado un aumento de precios de la electricidad para los consumidores». También es reseñable que Narbona repita un mantra habitual en los discursos antinucleares sobre las emisiones de CO2 de la energía nuclear haciendo referencia a todo su ciclo, cuando el propio IPCC establece que son de 12 gCO2/kWh, las mismas que la eólica y cuatro veces menores que la solar fotovoltaica, precisamente por necesitar más minería por unidad de energía generada.
Se habrá fijado el lector que en este artículo de opinión todavía no he expuesto la mía, así que lo haré ahora: creo que lo más acertado para España sería contar con un mix eléctrico bajo en emisiones y equilibrado, con una mayor proporción de energías renovables (70%) y con el respaldo de la energía nuclear (30%, ahora es del 21%). Es una propuesta coherente con los postulados de la AIE que están implementando la mayoría de países avanzados del mundo y los que pretenden serlo, y que hasta ahora no ha proporcionado votos en España. Sin embargo, algo está cambiando.